domingo, 9 de noviembre de 2008

La visita del coro a Vuelta de Jorco

6 de Julio del 2008
Por Eugenia Mesén

Aunque bíamos tenido algunos días de aparente calma, como era de esperar, el sábado se desgajó a llover una torrentada. Empecé a entrar en la pensadera por los que venían, por las incontables güeltas y por el aceite que botan los buses en la carretera, que si lo botan es porque no lo necesitan, dice el mecánico de las busetas de Turrujal.

En la mañana supe que arriba, en el Resbalón, el baldazo bía chuncherequiado la empinada calle, camino a Parrita. La gente había tenido que apeasen de los buses y abajasen a puro freno e’ talón.

La semana anterior, en la calle que sube a la Escalerilla, se había cáido un paderón y mentaban que el esbarrumbo era de persinasen. A la gente le daba caracajada pasar en carro y era común escuchar: -“¡pére p’ apiame! ¡Más mejor sigo a pata!”-, aunque acabaran curtiditicos por el barro.

Los barrios de Tablazo Abajo, Chirraca y Agua Blanca estaban cagaditicos del susto porque el Río Jorco abajaba enrevuelto y sucitico.

Antes de las cuatro, aún sin noticias de qué se bían hecho las esperadas visitas, empecé por las tortillas. A las cuatro y media acaté llamar a Salvador. Él, junto con Olga, Eugenia, Jennifer y Lucía, venían por Tarbaca. En su carro la tercera palabra. Yo, entre una tortilla y la otra, ya iba como por la sexta. -“Dígame en dónde tengo que parar”- me dijo, pero como la calle lo traiba, sólo le dije: - ¡Baje con cuidado!-. Yo, después de trece años, sólo me monto al carro y dejo que la calle se me venga encima. Me voy capiando las curvas, las casas, los árboles de las orillas, los vaiderrumbos, matorrales, zorros y de cuando en vez, redepente, una vaca.

Luigina y Miguel sin mi teléfono se pasaron nada más tres kilómetros de mi casa y fueron a dar a Agua Blanca a la “Choza de Chepe”, un miembro activo del Patronato Escolar que sirve muy buenas bocas y cuando hay karaoke, si uno se la juega cantando, las birras son gratis.

En las puertas de la Iglesia de Jorco, el olor a aceite de churros con chuzo de carne y agua de caño invitaba a la convulsión; los sudores con perfume, las minifaldas, los escotes, las cadenas (claro, de las que dejan la nuque negra después de una buena sudada), las gorras de lana de la Liga o de Saprissa y los pantalones con el tiro en las rodillas predominan en la pasarela. Se necesita para completar el chainiado un buen pelo largo, ojalá de colochos con buen aceite para que siempre parezca húmedo, una cerveza en la mano o una pachita de Cacique en la bolsa de adelante o de atrás del aguado pantalón.

Todo revuelto en las esperadas fiestas de la iglesia. En Jorco igual que en Acosta y otros pueblitos más pequeños en los derredores, no hay nada qué hacer. Así que un turno, un choque o un pleito sirven igual para lograr un aprete y hasta para encontrar marido… Uno nunca sabe.

Afuera tuve que comprarme un tamal para recuperar el resuello. La vendedora nos florió diciendo que aparecíamos como zonchos pero que cantábamos como angelitos, todo esto mientras meneaba cadenciosamente la barrigota al ritmo del taka-taka de una rocola en un chinamo no muy lejano. Al final me preguntó que si ocupaba un fresco pa’ bajame el tamal, pero yo ya tenía agua y me pareció más mejor porque sólo le quedaban vasos de atol.

Dos chiquillos me salieron al paso: -“¡Doñita, le doy cinco números de a cien pesos! ¡Vea, los últimos! ¡Estamos rifando una gallina enjarrada envuelta en hoja, pa’ ayudar a mi mama!”- Aún no sé qué número salió… No sé si yo me la pegué.

Ya en la iglesia, la primera palabra se desenvolvió en un bullicio mortal, que parecía ir de mal en pior. Yo que podía ver a las doñas, sacaban menudo dentre las bolsas, apartando la del bus y repartiendo para comprarle a la mocosa llorona el algodón de azúcar; la otra se pintaba la boca de rojo pasión y se remarcaba con “más precisa” las cejas con un lápiz negro chiquititillo. -“¡Cáise!”- le dijeron a la güila mientras le soplaban los mocos que se chupaba a más no poder y le “jaloniaban” el vestido pidiéndole que tuviera “jundamento”.

A la salida del refrigerio, el panadero me dijo que conocía a alguien en Acosta igualitico a mí. -“Don Cayetano, claro que usted me conoce. Yo soy Eugenia, la de la vuelta”. “¡Ay mirá, si es la señora de los perros! ¡Qué afanada! ¡Es que usté le hace a todo! ¡Tan entendida! ¡Quien la ve cantando, con esa carita!”- Yo espero que eso haiga sido un cumplido.

Mi carro, que había quedado al fondo del callejón, formaba una esquinilla oscura con un basurero y tres tipos hacían fila pa’ miar en una de mis llantas. -“¡Jalando, jalando a miar al cerco”- exclamó enfurecida la princesa. Después caí en cuenta de lo mucho que he cambiado… ¡Si me oyera mi tata!

En fin, esto es el pueblo y a mí ya nada me sorprende. Al contrario creo que es por esto que me gusta vivir aquí. Valoro cada gesto, cada pensamiento. Agradezco la posibilidad que le dimos a éstas personas de conocer que allá afuera existe un mundo más grande que los cerros de Vuelta de Jorco de Aserrí.

1 comentario:

Olga dijo...

A PROPOSITO DE SU COMENTARIO

Vista panorámica, olor a café, a lluvia y su típico olor cuando toca la tierra, un atardecer, mirar y disfrutar de una luna llena, compartir un café, un tamal, una bebida natural, pero también compartir el diálogo, la humildad y capacidad de los visitantes a las maravillosas tierras del la zona Caraigres, con hombres y mujeres que abren las puertas a personas como Ud., pero también a personas agradecidas, anuentes a ver más allá del mundo invadido de consumo, ruido urbano, moda y centros comerciales...

Que lástima que en su recorrido obvió el diálogo, la apertura, la esperanza de pensar que todos y todas somos importantes, en este pequeño espacio que en nuestra tierra, nuestro planeta.

Jorco y otros pueblos también nos permiten ver que hay un mundo más grande, abierto, que tiende la mano antes de la crítica, que agradecen y reconocen cuando un grupo llega.

Pero que también sabemos como pueblos que la superficialidad de las personas - de unas cuantas - por dicha, no marchita ni nubla la esperanza del sentir y vivir en comunidad.

Hay que trascender del canto a la realidad, del barrio al barro....

saludos solidarios cargados de esperanza para que todos podamos ver que hay otro mundo más grande, ese mundo posible y solidario, abierto a compartir con las personas, a ponerse la botas, a embarraliarnos como decimos en el pueblo para cosechar sueños y proyectos.

saludos solidarios